Adéntrate en las profundidades de la historia marítima y descubre el increíble viaje del Archimède, un pionero batiscafo que ahora se encuentra en el museo Cité de la Mer en Cherbourg-en-Cotentin, Francia. Nombrado en honor al antiguo filósofo y científico griego Arquímedes, esta fascinante nave tiene un pasado lleno de historias que abarcan el globo y las partes más profundas de nuestros océanos.
A mediados de los años 50, la Marina Francesa inició un ambicioso proyecto para construir un batiscafo, un tipo de sumergible de gran profundidad. El proyecto fue liderado por Pierre Willm y el oficial naval Georges Houot, quienes aprovecharon su experiencia con el FNRS-3, un batiscafo anterior. La construcción comenzó en 1961 en el Arsenal de Toulon, y en julio de ese año, el Archimède fue lanzado al mar.
A diferencia de sus predecesores, el Archimède tenía un flotador con forma de barco, un diseño que mejoró su navegabilidad y le permitió ser remolcado a velocidades de hasta 8 nudos en la superficie. Este diseño innovador también permitió a la nave moverse horizontalmente en el fondo del océano, un avance significativo en la tecnología de exploración submarina.
El viaje inaugural del Archimède tuvo lugar en el Mar Mediterráneo, donde alcanzó profundidades de hasta 2,300 metros. Sin embargo, su expedición más notable en sus primeros años fue a la Fosa de Kuriles-Kamchatka en Japón. En abril de 1962, el batiscafo fue transportado por avión de carga a Japón, donde realizó varias inmersiones. El 25 de julio de 1962, el Archimède alcanzó una asombrosa profundidad de 9,545 metros, la segunda inmersión más profunda en ese momento, solo superada por el récord del Trieste en 1960.
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En los años siguientes, el Archimède continuó empujando los límites de la exploración de las profundidades marinas. En 1964, se aventuró en la Fosa de Puerto Rico, alcanzando una profundidad de 8,300 metros. Al año siguiente, exploró el Mar Mediterráneo cerca del Cabo Matapán, Grecia, sumergiéndose a 5,110 metros. En 1966, el batiscafo descendió a 4,390 metros frente a la costa de Madeira. Otra expedición a la Fosa de Kuriles-Kamchatka en 1967 vio a la nave alcanzar los 9,260 metros.
Durante estas inmersiones, el Archimède realizó investigaciones invaluables en biología, geología y geofísica, ayudando a los científicos a comprender mejor las misteriosas profundidades de nuestros océanos.
El Archimède no solo fue una nave científica; también jugó un papel crucial en varias misiones de rescate. En 1968, participó en la búsqueda del submarino francés Minerve, que se había hundido frente a la costa de Toulon. Dos años después, el batiscafo estuvo involucrado en la búsqueda de otro submarino hundido, el Eurydice. En 1970, el Archimède fue fundamental en la recuperación del sumergible no tripulado Cyana, que se había hundido a una profundidad de 3,400 metros durante una inmersión de prueba. Usando su brazo manipulador, el Archimède desprendió el lastre de emergencia del Cyana, permitiéndole salir a la superficie de manera segura.
Las contribuciones del Archimède a la ciencia continuaron con su participación en el proyecto de Estudio Submarino del Medio Océano Franco-Americano (FAMOUS) a mediados de los años 70. Este proyecto se centró en el estudio de la Dorsal Mesoatlántica e involucró a otros sumergibles como el Alvin y el Cyana. La capacidad del Archimède para moverse horizontalmente en el fondo del océano lo convirtió en un recurso invaluable en estas exploraciones.
El diseño del Archimède era una maravilla de la ingeniería. El flotador medía 22.1 metros de largo, 5 metros de ancho y 9.1 metros de altura. Contenía 170 metros cúbicos de gasolina para la flotabilidad y llevaba 57.5 toneladas de lastre. La esfera de presión, hecha de acero aleado con cromo, níquel y molibdeno, tenía paredes de hasta 15 centímetros de espesor. Esta esfera, con un diámetro interno de 2.1 metros, podía teóricamente soportar presiones a profundidades de hasta 30,000 metros.
El batiscafo podía llevar hasta 2.7 toneladas de equipo científico y tenía una tripulación de tres personas: un piloto y dos científicos o ingenieros. Su brazo manipulador le permitía interactuar con el fondo del océano, recolectando muestras y realizando experimentos.
Después de años de exploración y servicio pioneros, el Archimède fue retirado en 1974 y almacenado en el arsenal naval de Cherbourg. En 2001, el batiscafo fue transferido al museo Cité de la Mer, donde ha estado en exhibición desde entonces. Los visitantes pueden maravillarse con esta maravilla de la ingeniería y aprender sobre sus increíbles contribuciones a la oceanografía y la exploración de las profundidades marinas.
El Archimède es un testimonio de la ingeniosidad humana y la búsqueda incansable del conocimiento. Su legado continúa inspirando a nuevas generaciones de exploradores y científicos, recordándonos los vastos territorios inexplorados que aún se encuentran bajo las olas.
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